Si bien Grecia tiene lugares paradisíacos como las islas del Egeo o sitios que resguardan en sus ruinas las voces del inicio de la humanidad como la Acrópolis, en Atenas, o Delfos en la cima del Monte Parnaso, también es sede de espacios que tocan el cielo por su espiritualidad y altura como lo es Meteora, un conjunto de peñascos que en su cúspide se edificaron una serie de impresionantes monasterios.
Motivados por recomendaciones familiares y por ser el paisaje de algunas escenas de la serie Game of Thrones, mi novia y yo pusimos este destino dentro de nuestro itinerario en Grecia y valió la pena por mucho, desde los paisajes rurales que pudimos ver a través de las ventanas del tren, hasta la maravillosa vida pueblerina de Kastraki, el lugar que se posa al pie de este conjunto de monolitos.
Decidimos emprender la aventura hospedandonos en un pequeño hotel de apenas tres cuartos en el centro de Kastraki, dándonos cuenta pronto del familiar ambiente, ya que llegando al hotel le pedimos al anfitrión la llave del cuarto, como no la tenía a la mano nos sugirió ir a comer a una taberna y al regresar nos la entregaría. Al vernos preocupados por dejar nuestro equipaje sin seguridad, él solo nos dijo:
¡Tranquilos, es Kastraki!
Comimos unos de los platillos más ricos que tuvimos en Grecia en una taberna de precios accesibles, donde además tenía una vista impresionante hacia los monolitos de Meteora. La mesa estaba decorada con un delicioso corte de cordero y una musaka; además el típico vino blanco y las cervezas locales coronaron un capítulo digno de #FudisPorElMundo.
Meteora significa “rocas en el aire” y no hay mejor definición para estas piedras formadas desde hace más de ¡30 millones de años! donde monjes, en específico San Atanasio de Meteora, llegó a inicios del siglo XIV a fundar el primero: el Monasterio del Gran Meteoro.
Para subir a las rocas hay muchas opciones, se puede practicar senderismo, hay vías para andar en bicicleta, autobuses a lo largo del día que tienen paradas en los monasterios visitables o se puede utilizar el coche por lo bien conectado que están, aunque a simple vista no lo parezca.
Si bien caminar o andar en bici sonaba tentador para la aventura, nosotros decidimos contratar un tour local dado el poco tiempo que tendríamos. El anfitrión del hotel nos contactó con una agencia y compartimos grupo con unas 15 personas de distintas nacionalidades. Es importante aclarar que a diferencia de gran parte de Europa, aquí se habla poco español y los tours son en inglés si tienes suerte.
Esa tarde comenzó a llover, eran alrededor de las 5 de la tarde cuando la camioneta tipo van llegó por nosotros al hotel y fuimos subiendo hacia los monasterios haciendo la primer parada en el Monasterio de San Esteban, un espacio dedicado exclusivo para monjas mujeres donde el misticismo y el arte religioso ortodoxo inunda cada rincón de este lugar. Como la tradición de los grandes castillos, este monasterio se conecta con un hermoso puente con la carretera.
Al día de hoy, tras diversos sucesos a través de la historia como la Segunda Guerra Mundial, se conservan en pie 6 monasterios visitables, los cuales aún continúan habitados por monjas y monjes ortodoxos por lo que no se entra como “Juan por su casa”. La principal regla para acceder es ir vestidos de forma “adecuada”, es decir, no short, no espalda descubierta, no falda corta, etc. Mi novia llevaba pantalón ese día y le facilitaron una falda para su estancia en uno de los monasterios.
El costo por entrar al Monasterio de San Esteban fue de 3 euros por persona, un precio más que justo por la experiencia de vivir, aunque sea un momento, como un ermitaño alejado del mundo.
El tour continuó con diversas paradas de tinte histórico y finalizó con un increíble atardecer en lo más alto de Meteora, sin duda el momento clímax de la jornada que a pesar de compartirlo con muchas personas, el silencio contagiado de los monasterios se esparció durante todo el espectáculo que nos otorgó el Sol hasta desaparecer entre las montañas.
El traslado desde Atenas no fue difícil, la cómoda vida del metro nos llevó hasta la estación Lárisa, la principal de la ciudad que conecta la capital griega con el interior del país con su red de trenes; diariamente sale uno directo a las 7:57 a.m. y hace un recorrido de casi 5 horas, mismas que pasan desapercibidas gracias a las vistas. El costo del pasaje sencillo ronda los 21 euros y baja un poco si se compra redondo.
El tren llega a la estación de Kalambaka, un pueblo situado muy cerca del conjunto de rocas y es una buena opción para hospedarse, sin embargo, nosotros elegimos quedarnos en Kastraki, se llega a pie de la estación a tan solo 30 minutos y está aún más cerca de los monasterios. Este lugar es mucho más pequeño pero tiene todo lo que necesitas para un par de noches: tabernas y hoteles.
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