Recomendamos no leer este reportaje con hambre. Si se inician estas líneas con apetito, no llegaréis al final. Veréis las fotografías del restaurante Les Grands Buffets y al ver sus delicias, os descubriréis abriendo la nevera. No os dará tiempo a llamar a vuestro delivery favorito porque querréis comer lo antes posible. Hecha esta advertencia ya solo queda contaros la experiencia que vivimos en este templo de la gastronomía francesa.
La primera sensación nada más entrar al restaurante es abrumadora. Por la decoración, por la luz y sobre todo por la calidad y abundancia de la comida. Y también por la cantidad de gente que deambula por los mostradores. No hay que olvidar que Les Grands Buffets es un milagro surgido en la pequeña ciudad de Narbona, al sur del país galo. Ahí, tan lejos de París, está el restaurante que más factura de toda Francia. Un establecimiento abierto 365 días al año y por donde pasan unas 400.000 personas anualmente.
¿La clave de ese éxito? Que su propietario, Louis Privat, lo concibió desde el inicio como una fiesta, un lugar para gozar con los platos de la cocina más ceremoniosa y tradicional de Francia. Recetas que incluso es difícil probar en otros restaurantes galos. Pero no solo se preocupó de ofrecer esos guisos, asados y manjares. También quiso servirlo a volonté, o sea, que cada uno probara y comiera cuanto quisiera. De ahí la denominación de Les Grands Buffets.
Es lógico que al entrar nos deslumbrara el festín culinario que teníamos ante nuestros ojos. ¿Qué elegir? ¿Por dónde empezar? ¿Podremos probarlo todo? Esta pregunta es la más fácil de responder. No. Es imposible catarlo todo. De manera que es mejor disfrutar la experiencia. Vivir una fiesta culinaria y un día memorable, tal y como pretende el dueño de Les Grands Buffets.
¡A por ello! Para abrir boca nos acercamos a la zona de ensaladas, algo de fibra no está de más. Aunque nadie puede entrar aquí preocupado por la dieta. Quien tenga eso en mente que se ahorre el dinero y no vaya. Hemos venido a cometer algún que otro exceso. La vida sería muy aburrida sin pecadillos como la gula. Por eso acompañamos la lechuga de un buen surtido de charcutería a base de salchichones, patés, quichés o el exquisito foie gras.
Nos permitimos dar otro consejo aquí. Probad pequeñas cantidades. Y no repitáis. Es difícil contenerse, pero todavía queda mucho por degustar. Ah, y otra recomendación. ¡No abuséis del pan! Mejor que tras los entrantes toméis alguna sopa o caldo, por ejemplo de pescado para ir asentando la comida y seguir a pleno rendimiento. Porque ahora llegan los platos fuertes.
A nosotros nos encanta el marisco y el pescado. Por eso la gran columna de bogavantes nos hace salivar, la fuente de ostras nos llama con fuerza, las almejas y los mejillones caen en vuestro plato sin quererlo, las caracolas, el atún, el salmón… Un delirio salido del mar que regamos con buenos vinos. Estamos en Francia y el vino es cuestión muy seria. Aquí se ofrecen vinos de la región de Occitania. Todos ellos al mismo precio que en su bodega de origen. Y como se pueden pedir por copas, probamos varios.
Por cierto, además de todo lo que nos servimos nosotros mismos en los mostradores, también se pueden hacer peticiones de platos concretos a los camareros. Nosotros no nos resistimos a probar el bovagante de otra forma, ahora a la americana. Y también paladeamos una suculenta vieira a la nantesa y una ostra con salsa sabayón.
A estas alturas, el hambre se ha saciado, pero nuestra glotonería está desatada. Nos damos otro paseo por las salas para hacer un poquito de ejercicio y nos acercamos a la zona carnívora. Una opción es pedir en la rotisserie donde cocinan la carne al momento. Pero nos decantamos por otros guisos basados en los platos señoriales de antaño.
Siempre hemos especulado sobre cómo serían las ancas de rana, pues hoy es el día de probarlas al ajillo, y la verdad es que saben un poquito a pollo. Luego imitando al mítico Obelix hincamos el diente al jabalí encebollado, así como catamos las tripas a la antigua. La gula más voraz nos hace mirar el pato a la sangre y las codornices rellenas de foie gras, pero probamos la liebre Royal, hecha tal y como se servía en los salones palaciegos.
Parece mentira pero nuestro estómago, o más bien nuestros sentidos siguen demandando alimento. Es el turno de acercarse al mostrador de postres repleto de bombones, pasteles, chocolates y tartas tan célebres como la tatin. La verdad es que no somos muy de dulces pero un día es un día, así que Mónica se da el gustazo de ver cómo le hacen una crepe Suzette para ella sola.
En cambio yo opto por un último capricho. Como apasionado de los quesos me vuelvo loco ante los 80 metros de expositor donde hay más de 100 quesos diferentes. Un buffet de quesos literalmente de record Guinness. ¡El paraíso! El mejor broche posible para esta comilona inolvidable.
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